Como joven, he tenido la suerte de tener una buena parte de novias mexicanas, cada una más seductora que la anterior.Dicen que la curiosidad mató a la gata, pero no estoy seguro de si eso es del todo cierto.Lo que sí sé es que estas mujeres, con su ardiente pasión y deseos insaciables, me han dejado una impresión duradera.Desde las sensuales señoritas hasta las salvajes caballeras, todas me han demostrado lo bien que se puede divertir con un par de vaqueros y una tanga.Estas mujeres, mis pasadas novias, no tenían reparos en sus deseos.Eran abiertas, sin disculpas y con muchas ganas de explorar cada centímetro de sus cuerpos.Fueron el epítome de la belleza latina, sus curvas acentuadas por su elección de ropa. Su piel, una tentadora mezcla de caramelo y vainilla, estaba siempre en exhibición, suplicando ser tocada.Y el tacto lo hicieron.Con un fervor que me dejó sin aliento, me demostraron lo sucio que podían ser.Su amor por los demás era palpable, su química innegable.Y mientras los observaba ahora, años de relación a largo plazo, no puedo evitar sonreír por los recuerdos que traen.
